30.4.07

Sí, quiero!

Él la vió, se acercó a ella decidido y le rompió la taza en la cabeza. Eran muy chicos pero a pesar de eso, él ya había marcado su territorio. El amor funciona así, es un flechazo y cuando se expresa de la forma más pura es muy difícil quebrantarlo.

A los 13 años, ella fue de vacaciones con su familia a Rosario y se volvieron a ver. Esta vez él no le partió nada en la cabeza pero quizás le partió la boca de un beso y en ese momento tuvieron conciencia de que iban a estar juntos. "Fue un verano muy apasionado", cuenta él, pero pronto se acabó. Prometieron escribirse y cumplieron. Las cartas tardaban mucho más en llegar de lo que la ansiedad juvenil permitía.

"¿Y se llamaban al menos?" alguien preguntó. "Era la década del sesenta y para hablar por teléfono había que ir a la central, dar el número y el telefonista te decía "volvé en tres días o volvé en una semana" para finalmente concretar la comunicación; sin contar con que era sumamente caro, era una llamada de larga distancia", argumentó él.

Pero eran otras épocas, en que uno se acostumbra a esperar y ellos esperaron. Esperaron a que los años pasaran, a que llegara el próximo verano, a que pudieran volver a verse. Sólo hubieron dos oportunidades más en cinco años, que siempre dejaban con ganas de más.

Antes de terminar el secundario, él decidió que había esperado demasiado. Juntó sus ahorros y compró un billete de tren en segunda clase con destino a Jujuy. El viaje duró dos días y medio; el los transitó con esa sensación de aventura que se siente cuando se viaja al lugar deseado, en un asiento de madera con respaldo a 90º. No primó el confort, pero él sólo pensaba en una cosa.

Tocó el timbre, Jesús abrió la puerta y le dijo: "¡¿Qué hacés vos acá?!". Ese día ella fue formalmente su novia, el viaje había dado sus frutos y seis meses después ella se estaba mudando a Rosario a vivir en lo de una tía para empezar la facultad.

Por fin el destino se puso de su lado. Se vieron todos los días, salvo en vacaciones que ella viajaba a Jujuy, nada lo impedía, ni lluvia, ni viento, ni frío, ni la humedad sofocante rosarina. Las ocho y media de la noche era la hora del encuentro, como no tenían plata, simplemente caminaban y mientras caminaban, soñaban, se proyectaban, 30 cuadras, 45, 1.000 y seguían caminando.

Hoy suman 32 años juntos desde que se casaron a los 25 y todavía están de novios, todavía van de la mano, y él le trae flores y ella lo cuida y se emociona y comparten y disfrutan. Todavía queda hilo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

segunda vez que lo leo y lloro de nuevo.
flor mallagray.
pd: estas invitada a mi blog

Anónimo dijo...

hermosa historia, doy fe.