13.1.09

Enero es el momento

Por Daniel Salzano

Lo mejor de enero es la bandeja del desayuno: pan integral, miel y queso cuartirolo. Con la yema del dedo, no sé si queriendo o sin queriendo, me tocás la mano. Gracias. Calculo que nos deben quedar entre mil y mil quinientos desayunos.

Lo mejor de enero es permanecer sentado debajo de la parra, sin planes, a lo bestia, pensando que Chacabuco no es una calle sino un río de dos plazas que atraviesa el corazón de Córdoba City.

Lo más intimidatorio de enero es ese calor aluvional que se lleva todo por delante. En la calle Roma, por ejemplo, abre un surco en el asfalto y no para hasta llegar al mesozoico: los esquíes de acero del tranvía.

Lo mejor de enero, antes de salir a trabajar, era volver desde la puerta de calle para besarte los pies.

Y sin embargo, para lo mejor de enero yo votaría por el espadachín mayor de la ciudad, Jerónimo Luis de Cabrera, que con convicción de loco y protegido por un funghi de latón, continúa leyendo con la rodilla levemente flexionada.

A ver si nos entendemos: nombrar todas estas cosas es un acto de fe y un compromiso de amor, impedir que el olvido oscurezca la pasión.

¡Bingo!: lo mejor de enero es la pasión. Lo más triste, sin dudas, es el sinamor, el miedo de no amar ni ser amado. Ay del perro que se atreva a desgarrar la bolsa de consorcio y se encuentre con dos docenas de corazones destrozados. Es inútil que aúlles Bobby, Dios no tiene respuesta para eso. Lo más cruel de enero son los perros abandonados. Creen que la luz roja es para avanzar y en la esquina de 27 de Abril y Obispo Trejo, los escarchan.

Lo mejor de enero ya pasó. Sucedió a comienzos del siglo pasado, cuando mi abuela llegó de Nápoles para casarse con mi abuelo, el del sombrero bombín y el último botón del chaleco desabrochado. Se conocían a través de retratos. Quiero decir que nunca se habían visto. Ni besado. Se encontraron por primera vez en la casa de Mister Ellis, ingeniero del Belgrano. ¿Cómo se inicia el amor cuando lo único que has hecho con tu novia es rozarle la espalda con el guante? Entonces mi abuelo, el del bombín, le susurró al oído: “Si te casas conmigo me caso contigo”. Se lo dijo en napolitano. Se casaron ese mismo mes. Yo desciendo en línea recta de esa historia. A veces, cuando una nota se resiste, opto por el sistema del bombín: “Si te escribís conmigo me escribo contigo”.

Querido mes de enero: no dejes que me conviertan en piedra y tampoco permitas que me arrojen al patio mezclado con agua y lavandina.

Enero, sol y rosas rojas. El mejor lugar para leer es bajo la pálida luz que se cuela entre los bancos de la iglesia de San Francisco. Un buen lugar, por ejemplo, para leer los cuentos de Italo Calvino. Antonio Machado, no. A Machado se lo puede leer en la iglesia, en la cancha, en el café y en el colectivo. Yo hablo siempre – decía– con el hombre que va conmigo.

A ver, don Antonio, un versito para los chochamus: “Pensando que no veía / porque Dios no lo miraba / dijo Abel cuando moría: / Se acabó lo que se daba”.

Hace muchos años que no consigo hablar con mi papá: ¿Qué tal? Como siempre. ¿Cómo estás? Bien. ¿Has comido? Un poco ¿Querés picar algo? No, está bien así. Lleva los anteojos de soldar recogidos sobre la frente y se seca el sudor con el antebrazo. Contra la pared amarilla del taller cuelga la llave inglesa sobre el almanaque de Marilyn Monroe. –¿Cómo andan las cosas en el diario, hijo?

–De puta madre.

Me paso el mes rezando para que den un programa doble: El desconocido y Disparen sobre el pianista.

Pero no siempre será enero, amor. Al menos para nosotros. Ya vendrán los malos tiempos en los que miraremos con envidia las viejas fotos del álbum recordando lo que fuimos. Los días maduran y caen, esa es la cuestión. Al dorso de la foto dice: “Enero de 1976, Río Ceballos”. Es una contundente imagen del verano: vos y yo con los pies hundidos en el agua, fumando de un mismo cigarrillo. Al bebé, que acababa de nacer, no se lo ve porque estaba en el moisés, a la sombra de un árbol del balneario.

Al llegar el primer mes del año, el circo Tony Tachuela se instalaba en la esquina del río y la avenida 24. Me acuerdo de Vicente, el payaso como la gente, que vestido de león, ocupaba el centro de la pista y preguntaba a través de una bocina: “¿Quién quiere ser yo?”. Y todos, desde las gradas de madera, le respondíamos: “¡¡Yooooooooooooo...!!”.

Todavía me produce una dispersa inquietud ir a la Terminal de Ómnibus para esperar a los parientes de Balnearia que vienen a la ciudad a pasar las vacaciones. Algunos llevan bigote y tutean fraternalmente a los taxistas. Ya conocen el Buen Pastor, los Capuchinos, la Compañía de Jesús y el Teatro Comedia, antes del incendio. No hay cosas nuevas para enseñarles. Córdoba es la cuarta ciudad de la República. La segunda es Rosario y la tercera cualquiera. Hemos envejecido juntos separados por una línea infranqueable de doscientos kilómetros de largo. No bien bajan del ómnibus, en lugar de abrazarnos, nos damos la mano. Y ya está.

No es lo mejor, pero tampoco lo peor: sentarse en el último peldaño del Coniferal y escrutar el cielo esperando que la señal de Batman deposite su huevo luminoso en el nido de una nube.

A veces pienso que me he convertido en el Hombre de las Nieves y que la gente se aproxima para mirarme. Yo me dejo tocar hasta que enero me deshace. Estrellas azules. Tierra violeta. Que Dios me perdone si en mi escritura no consigo poner ese sabor animal que siento por la gente.

Uno de los inconvenientes de enero son los escritores que se sientan a tu mesa, en el café, para confesarte que no consiguen escribir porque se sienten escépticos, deprimidos. ¿Así que no podés escribir porque te sentís deprimido? Voy a decirte una cosa: levantá el trasero de la silla y ponete a trabajar ahora mismo. Y si no se te ocurre absolutamente nada escribí a.e.i.o.u. con los ojos cerrados hasta que se te acaben las hojas de la resma. Mirate las manos. Tenés los dedos gordos. Te falta entrenamiento.

En enero nació Fellini, lo cual lo convierte en un mes por encima de toda sospecha. Y Chéjov. Y Griffith. Y Dorothy Malone. El día en que, sostenida por un paracaídas, la vi bajar del cielo con la falda desplegada, decidí convertirla en mi única heredera. Lo mejor de enero es cuando a Canal 8 se le acaban las películas y dan la última que les queda, Luz y sombras. Kirk Douglas toca la trompeta y se la pasa diciendo todo el tiempo que hay una nota en el aire, una nota que no tiene nombre y que no se deja capturar y al final te hace llorar, porque la nota que anda buscando es la de la sirena de la ambulancia que viene a buscarlo porque ya está para el arrastre.

Lo mejor es la mujer de la calle Montevideo, la del tercero, que mira a través de la ventana.

¡A que tiene un piano en el living comedor! Cuando Córdoba tenía medio millón de habitantes, 250 mil mujeres tocaban Para Elisa. Las mujeres solas son las que mejor saben mirar por la ventana. Una vez fuimos de picnic a Alta Gracia. Estiramos una lona sobre el césped y desplegamos toda la artillería gastronómica. Recuerdo el último dado de queso que pasaba del palillo de mamá al de papá y otra vez al de mamá:

–Comételo vos. No, comételo vos.

Al regresar, cuando anochecía, cruzamos un puente de madera y el aire caliente nos soplaba en las orejas. Como no sabíamos otra cantamos la Marcha del deporte. Mamá sonreía, callada.

No conozco tipo más aburrido que yo, sentado bajo un ventilador de cuatro palas, resolviendo las palabras cruzadas con la misma birome del año pasado. Cuatro vertical: angustia existencial. Lo peor es cuando me pongo a hablar con el teléfono colgado. No tengo celular porque el cráneo no me lo permite. Estoy seguro que cuando llegue al Paraíso para rendir el examen final y ponga XXX en la columna del celular, alguien, algún santo buchón, le hará una seña al jefe de celadores.

Vamos enero, decí la verdad, ¿qué lugar ocupo en tu corazón?

Pero enero no tiene respuesta para eso.

© La Voz del Interior
Domingo 4 a Viernes 9 de enero de 2009

No hay comentarios: