
Hay historias que me contaron y que me gustan. Una dice que era tan atolondrada para comer y que me gustaban tanto las pastas que una vez comiendo fideos me atraganté y me empezaron a salir por la nariz. Yo lejos de estar impresionada estaba mas bien divertida tirando de los fideos para afuera.
Otra, que quizás explica mi atracción por los idiomas, cuenta que mientras vivíamos en Rosario todas las mañanas cuando mis viejos se iban a laburar, yo me quedaba con mi abuelo (no Jesús, sino el otro, Pablo) sentada con él en su cama. Día tras día estudiábamos chino hasta el mediodía que nos levantaban. Me hubiera gustado que mis abuelos no se muerieran tan rápido... casi que no los aproveché.
Mamá cuenta que yendo de vacaciones a Iquique, mamá, papá, loló, gas y noe en panza; nos faltaba tanto el aire que ibamos medio azules llorando como bestias y por ende teniendo aún menos oxigeno. Que habiendo llegado a la noche a un restaurante en medio de la ruta me dieron una empanada de queso enorme! super apetecible. Parece ser que que yo la agarré, la mordí y empecé a llorar como loca... estaba totalmente vacía... qué triste....
Lindo momento la infancia, tuve la suerte de divertirme, de aburrirme, de tener hermanos, de pelearnos, de amigarnos obligadamente, de salir de vacaciones, de esperar ansiosa el día del niño, a Papá Noel, a los reyes magos, al Ratón Pérez... que grandes momentos, que bueno que de esos sí me acuerdo.