22.5.06

Una ciudad que late


Fez, viernes 19 de mayo de 2006

Partimos temprano, la ruta con un paisaje no tan diferente de nuestro norte argentino, resultó agradable y calma. Hubo que reducir el equipaje para que entrara en nuestro flamante auto alquilado por nuestros anfitriones. Tras 4 horas de viaje entramos en Fez y nos hospedamos en un hotelito sin grandes atractivos pero prolijo. A nuestro arribo, nos esperaba un buen señor rotario propietario de la farmacia vecina al hotel. Ya acomodados, salimos a descubrir la ciudad acompañados de nuestro guía exclusivo. Un negro de dos metros de alto por dos de ancho que resultó ser un poco mitómano, pero sin perder la simpatía (dijo ser amigo personal del rey entre otras relaciones muy importantes que tiene). Almorzamos muy tarde unos "pinchitos" como les llamó él, que viene a ser un brochette de carne, con la única diferencia de que la carne está especiada al estilo del lugar.

Como ya era bastante tarde recorrimos las afueras de la medina, empezamos por la puerta de entrada más importante, luego subimos hacia un mirador de la ciudad para seguir por unas ruinas merinidas de muy antigua data. Visitamos una fábrica de cerámica en la que nos mostraron el proceso completo de producción y tuvimos ganas de comprarnos todo. A nuestro pobre bolsillo sudamericano todos los precios le parecen excesivos, todo está a precio dólar. Volvimos corriendo al hotel porque, para no perder la costumbre teníamos una cena en casa de nuestro anfitrión en Fez, Sbai. Velada nuevamente marroquí, pero esta vez con aperitivo y buen vino. A esta altura el cuerpo ya no nos daba para más, ni para seguir comiendo, ni para seguir despiertos. Nos acostamos con la feliz noticia de que nos mudábamos a una "maison d'hotes" en plena medina (vendría a ser una casa de familia hotel).

El lugar al que llegamos a alojarnos fue absolutamente sacado de un cuento de Las mil y una noches. Entrando por una pequeña escalera de cerámicos, se llega a un gran hall en penumbras que funciona a modo de tienda de alfombras. Grandes tapices colgados de los muros, alfombras de todos los tamaños, colores y texturas apiladas o bien enrolladas en los rincones, la luz tímida que se colaba por los vitreaux superiores, los tapetes discretos y a la espera de un cliente conocedor dispuesto a negociar con un té a la menta. Para llegar a nuestras habitaciones hubo que atravesar un verdadero laberinto no apto para novatos, enroscarse en estrechas escaleras, recorrer pasillos y cargados salones, volver a subir escaleras; pero finalmente al entrar quedamos fascinados. La casona es muy antigua y muy bien restaurada, con paredes cubiertas de pequeños cerámicos de colores, con techos de madera labrada y pintada por los mejores artesanos del mundo: los marroquíes; con ventanas con vitreaux, con puertas talladas, con terrazas en desniveles que permiten ver la magia de la medina.

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