12.6.06

La puerta del Sahara


Ouarzazate, domingo 4 de junio 2006
Hoy finalmente entramos al Marruecos del imaginario popular. Para llegar atravesamos el Gran Atlas por caminos serpenteantes, caseríos, rebaños de ovejas y un aire fresco que nos permitía volver a respirar después del calor atrapante de Marrakech. El paisaje de montaña me hacía sentir un poco en Yala, otro poco camino al Machu Pichu. Nos detuvimos a comer en un caserío que pendía del barranco. Tres cabritos colgaban de un gancho, el dueño del local descolgó uno y lo trozó con un hacha robusta para luego pesarlo y ponerlo en las brasas. Llovía a cántaros, se respiraba ese olor típico a tierra húmeda mezclado con el olor a humo que salía de la pequeña parrilla. La vida en estos lugares pasa como si el tiempo no contara, todo trascurre a una velocidad diferente a la acostumbrada por nosotros. Seguía lloviendo y las pocas personas que lo presenciaban lo hacían sin prisas. De pronto sonó el llamado a la oración, tan fuerte que seguramente se escuchaba a muchos kilómetros a la redonda; sin embargo nadie se inmutó. Quizás fuera la lluvia, quizás no. Seguimos avanzando, lentamente, parecía que nunca íbamos a terminar de subir.

Luego el panorama cambió de verde exuberante a rojo desértico. La vegetación desapareció y el aire se volvió más tibio. Andando con la vista se perdida en el infinito sólo se percibe un interminable lienzo rojo; pero al hacer foco se descubre un universo escondido, camuflado en la montaña. Grupos de casitas de adobe color punzó en las laderas se confunden se esconden de las miradas intrusas.

Ouarzazate es de esas ciudades del desierto que se ven en las películas. Es acá donde se filman todas las películas que suponen esta temática y donde están situados todos los estudios cinematográficos, ya que parece ser que la luz es ideal. Como llegamos tarde sólo pudimos dar una vueltita mientras oscurecía.

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